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l pensamiento del individuo tiende constantemente hacia un solo objetivo que siempre es el mismo: conocer la verdad a toda costa y con cualquier medio.

Cada persona normalmente retrocede con la memoria tres o cuatro generaciones; se recuerdan los abuelos, a veces los bisabuelos, y ya no se usa, como ocurría hace tiempo, tener en cuenta los lugares de procedencia de la familia, resumiendo, sus orígenes. Sin duda el fenómeno tiene que atribuirse a este momento de pérdida de identidad de la familia y de los vínculos de parentela con el contexto de pertenencia, lo que implica un fuerte vacío ideológico.

Sin embargo si se reflexionara sólo sobre que cada uno de nosotros tiene dos padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos, que hace 8 generaciones estábamos en la vigilia de la Revolución Francesa, que nuestro décimo segundo antecesor era coetáneo de Miguel Ángel y que el septuagésimo era directamente un contemporáneo de Cristo, se entendería que, retrocediendo de hijo a padre, se llega a los principios de la humanidad y que, en síntesis, todos debemos ser consanguíneos.

La genealogía es la ciencia de la sangre y, como tal, tiene que respetarse; por eso buscamos exclusivamente la verdad y no preparamos burdas mentiras para satisfacer eventuales vanidades. Si muchos entre los propios predecesores cuentan con antecesores más o menos ilustres, es cierto que este tipo de búsqueda también puede descubrir un esqueleto en el armario – por ejemplo un nacimiento ilegítimo, un antecesor “malo” – pero también resultar muy útil para arreglar una situación o resolver una injusticia.

El interés es general ya que a cada uno le importa conocer algo más sobre su propia historia y sus propias raíces. Es más diría que en el subsconsciente de cada uno de nosotros reside la necesidad de buscar consuelo en alguien, algo, en una historia que puedan servir a veces para suplir las frustraciones de la cotidianidad. Cualquier clase, edad, hombres y mujeres están entre nuestros clientes y no sólo en busca de “sangre azul” sino, sobre todo, de orígenes sinceros.

Por otro lado quiere mantener vivo el culto por la tradición, el respeto de las autoridades constituidas y los sentimientos del honor y del deber además de, a través del recuerdo de las magnánimas empresas y de las generosas acciones de los antecesores, incitar a volver a recorrer el ejemplo grande, glorioso y puro. Ésta es una tarea enorme pero nosotros nos la hemos impuesto.
Escribir la historia de una familia cuyos orígenes se pierden en las brumas de un pasado lejano, reconstruir sus líneas principales, sacándola y reivindicándola de pocos fragmentos de vida que han sobrevivido a la inexorable obra del tiempo, es una empresa ardua y difícil, que requiere una larga experiencia y un trabajo minucioso y paciente, accesible solamente a pocos privilegiados que poseen, por carácter y vocación, una exquisita sensibilidad histórica.

Por tanto para este fin consideramos indispensable y necesario realizar el árbol genealógico en línea recta, recorriendo la vía canónica, archivística y archivística notarial y militar (y, a veces, también el Fondo Patentes), porque únicamente de búsquedas llevadas a cabo con un método riguroso y científico pueden surgir los documentos convincentes que pueden interesar eventualmente también a las reivindicaciones de herencia o de títulos nobiliarios, blasones, predicados, calificaciones, tratamientos, incluido el descubrimiento de eventuales errores de escribanos, referibles al linaje o a la persona.

La búsqueda genealógica científica en línea recta es la representación gráfica de los nombres de cada familiar directo que nos ha precedido. Somos capaces de volver incluso a 20/22 generaciones, es decir, a 500 años de fantástica historia familiar.

Las búsquedas constituyen auténticas investigaciones muy esmeradas que normalmente duran de ocho a doce meses pero que, a veces, pueden durar incluso años en razón de las extremas dificultades halladas en el camino hacia el descubrimiento de la verdad. Puede ocurrir que se tenga que renunciar a la búsqueda genealógica por escasez o imposibilidad de hallar noticias debido a destrucciones, desastres, incendios o guerras que se han sucedido a lo largo de los siglos, además de por el descubrimiento de filiación ilegítima o natural.

De hecho son centenares los documentos que, entre actas de nacimiento, bautismo, capitulaciones, actas de matrimonio, de fallecimiento y agregaciones familiares y eventualmente nobiliarias, componen la monografía de un árbol. Para cumplir todo esto nuestros hábiles investigadores se convierten en auténticos ratones de biblioteca ya que hasta la Unidad de Italia (1861), encontramos parte de los datos en los municipios, mientras que a través de las parroquias somos capaces de volver hasta el Concilio de Trento (1545/1563), año en que las autoridades religiosas, por iniciativa de San Carlos Borromeo, impusieron a los párrocos mantener en lengua latina un registro de los nacimientos, uno de los fallecimientos, uno de los bautizos y uno de los matrimonios (que pasaron a ser de uso común en los primeros años del siglo XVI).

Para retroceder aún antes pueden ayudar los archivos de estado que se encuentran en cada provincia y los archivos notariales a través de los cuales se puede retroceder, en algunos casos, hasta el siglo XI.

La confianza que nos inspira es contribuir a renovar antiguas virtudes en la continuación de quien nos ha precedido y aportar un tributo a la historia de nuestra patria y a sus hijos a través de los infinitos espacios de tiempo y sus vicisitudes alternas, además de para eternizar el recuerdo, consolidar los afectos y transmitir los vínculos y relaciones entre las generaciones presentes y pasadas para que dichos bagajes de experiencia y de historia familiar puedan enseñar también a nuestras descendencias.

   
   
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Consejo Genealógico